miércoles, 1 de junio de 2011

UN ENCUENTRO IRREPETIBLE



Atarceder en Tepoztlán. Desde el jardín de Chavela.


A veces los viajes surgen cuando uno menos se lo espera. Sin hacer planes, sin avisar, de la noche a la mañana. El pasado enero, todavía con la indigestión de los turrones y los mazapanes, tuve que volver a un lugar del que ya me había enamorado hace 16 o 17 años: México.
Así era aquella furgoneta.


En aquella ocasión viajaba en una furgoneta como la que veís en la foto, pero más destartalada y de color verde. Con la música a todo trapo, las botellas de cerveza y de tequila rodando entre los asientos, y , muy importante, las ventanas bien cerradas -a pesar de los 40 grados- no fuera que se escapase un hilillo de ese humo que tanto nos hace reír. Viajaba en muy buena compañía, con Pepa y Alex, una entrañable amiga y un purito macho mexicano que nos puso México a nuestros pies. Se trataba de celebrar el nacimiento de la primera hija de Alex y Arantxa (una amiga española), quien se quedó en D.F. cuidando a la recién nacida. ¡Una santa! Ándale! El marido de fiesta y la mujer aguantando sola el postparto y la cuarentena.



El Cañón del Sumidero y Parque Jurásico.



Esa fue la excusa para recorrer miles de kilómetros durante más de un mes. Anécdotas mil y todas buenas. Os sitúo. En esas fechas se cocía a fuego lento el alzamiento zapatista. El comandate Marcos se alzó en armas justo el mismo día que yo salía para España desde San Cristóbal de las Casas. Se estrenó a bombo y platillo Parque Jurásico y yo cruzaba en una especie de cayuco, el Cañón del Sumidero... Nosotros, lanzados a la aventura en nuestra furgoneta y con nuestras risas. Parando allí donde nos apetecía. Ahora dormíamos en la playa bajo las estrellas, como ahora en una habitación con piscina para nosotros solos a todo lujo.




Patitas de alambre saltando bajo las fuentes. Plaza de Reforma, D.F. (abajo)



Pero en esta ocasión no cargaba con la mochila, mi vida se arrastraba dentro de una maleta con ruedas. La furgoneta fue sustituida por un coche del alta gama con aire acondicionado. Ah! y tenía un chófer personal. Como una reina, vamos. No todo fue de lujo, la verdad, la venganza de Montezuma se apoderó de mí durante diez días y perdí 4 kilos. Me quedé en un suspiro. Pero sólo se me vienen a la mente los buenos momentos.
La fiesta de los Tiznaos, en Tepoztlán. Todos borrachos como cubas. Así nos recibieron.
Aquí el único paisano sobrio del lugar o, bueno, durmiendo la resaca tal vez.

Llegar a Tepoztlán, un pueblito al pie de Las Montañas Mágicas en el Estado de Morelos, fue como hacer un viaje a través de una máquina del tiempo. Poco se parecía al pueblo que yo recordaba. Como todo -menos yo claro-, había crecido a lo ancho una barbaridad. Eso sí, las Montañas y su magia seguían estando allí. De nuevo, la vida me volvió a sorprender. En esta ocasión no me impactaron tanto los atarcederes anaranjados, ni el color de la tierra, ni sus olores... En esta ocasión lo que me impactó fue la mirada penetrante de una Gran Dama. La fuerza de sus silencios, la pasión de su voz y la sabiduría del que ya se está despidiendo. Estoy hablando de Chavela Vargas.

Menos mal que la presencia de Chavela ciega los ojos. No opinéis sobre mis ojeras. Lo sé parezco yo más vieja que ella.




Nunca pensé que un día podría estar hablando de tú a tú con La Vargas. Que me sentaría a su mesa a comer o que sería espectadora privilegiada de la melodía de su voz. Irrepetible, un momento irrepetible. Sentada en su silla de ruedas, sin apenas poder moverse, con su pelo blaco y la vitalidad que todavía transpira por sus bellas arrugas, uno se siente paralizado. El tiempo se detiene. Se olvida de las prisas, del mundo. Contemplé por primera vez la fuerza que arrastra el amor a pesar de los años. Pude sentir su soledad, su alegría a pesar de los pesares, su ternura, pero sobre todo, el inmenso amor por la vida. El escenario en el que había llorado, amado, disparado balazos... estaba allí, a los pies de el Chalchi. Nada se parecía a esa Chavela que veíamos en los teatros.






Dos perfiles con grandes narices, lo sé. Aunque aquí estamos muy concentrados, las risas fueron muchas.

Viajar por los lugares que ella vivió con tanta pasión. Visitar su infierno particular como fue el Bulevar de los Sueños Rotos, acompañarla a una cantina, ver bailar al Amargo en su jardín a la luz de la luna, sentir la fuerza toda una chamana como ella... ha sido un regalo que no sé si merezco, pero del que siempre guardaré en la memoria del corazón. Quería compartirlo con vosotros.


Besos

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Precioso. Salud y Suerte.

8 de junio de 2011, 4:44  

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