martes, 12 de julio de 2011

UN VIAJE DE PERROS



Rufo, mi sobrino perruno poligonero de Chiclana.



Rufo como veis es un perro. Mejor dicho, un chucho sin raza definida, no tiene pedigrí. Por eso mismo fue abandonado. Pertenece a una camada no deseada, pertenece a la casta más baja de perros. Al igual que todos nosotros no pidió venir a este mundo, pero llegó. No sabemos exactamente ni el día ni la hora. El veterinario cree que pudiera tener unos dos años y medio. Su lugar de nacimiento: Chiclana (Cádiz). Al menos allí se le encontró perdido en un polígono industrial. Abandonado, sucio, hambriento y temeroso. Dos años y medio caído en el olvido. Pero dentro de su infortunio ha tenido suerte, es un perro afortunado. Ahora ya tiene una familia. Hoy quiero contaros su largo viaje hasta Madrid, hoy quiero que me acompañéis en un viaje de perros y aunque en principio no suene muy agradable, tiene un final feliz.

No sé si sabéis que cada tres minutos un animal de compañía es abandonado en nuestro país. En 2010 fueron encontrados 109.000 perros que andaban sin rumbo y sin dueño por distintas protectoras de animales y ayuntamientos. Una vez que son recogidos su destino son las perreras y allí, dependiendo de su estado y circunstancias, el 17 por ciento son devueltos a sus dueños, otros son adoptados (un 45%), algunos auxiliados por un tiempo o algunas veces, sacrificados aplicando la eutanasia (16%). Rufo pertenece al grupo de los adoptados. Un milagro en estos tiempos que corren porque debido a la crisis, los socios de las protectoras de animales han descendido un 25 por ciento. Pero dejémonos de estadísticas. No miremos a Rufo como no queremos que nos miren a nosotros, por ejemplo en las estadísticas del paro, como una cifra más.

Queramos o no, toda nuestra vida hemos estado acompañados por algún perro. Viajamos al espacio con Laika; jugamos a indios y vaqueros con Rin tín tín; peleamos en la Galia con Idefix; fuimos aventureros por el mundo con Milú; pedíamos a los Reyes Magos que nos trajeran una perrita Marilín como la que hablaba en la tele con Herta Frankel; saltamos por las montañas con Niebla; nos batimos en duelo con mosqueteros como Dartacan; lloramos a moco tendido con el romance entre Reina y Golfo mientras comían espaguetis; hemos golfeado y vagueado con Pluto, Goofy, Scooby Doo... Después quisimos ser pijos e irónicos como Snoopy; jugamos a detectives con Rex y, ahora sobre todo, soñamos con ser millonarios como Pancho.

No olvidemos que el perro empezó siendo nuestro primer compañero de cacerías en las cavernas, luego fue el guardián de nuestros rebaños y casas, después nuestro lazarillo y al final terminó por convertirse en nuestro animal preferido de compañía. Más de uno sigue manteniendo eso de "el perro es el mejor amigo del hombre", o eso otro de "cuanto más conozco a mis amigos, más quiero a mi perro".

Sí, sí. Estamos más que hartos de pisar las cacas de los perros cuando andamos por las calles o parques. Hartos de que el perro del vecino ladre sin parar todo el día, o de que nos meen en las ruedas del coche un día sí y otro también. Pero ya lo dice César, el encantador de perros más famoso del mundo, los dueños, la culpa es de los dueños en el 99 por ciento de los casos. Cada vez que veo uno de sus programas en la tele siempre llego a la misma conclusión. César no acude a las casas para redomesticar o entrenar a los chuchos, en realidad, en lo que en verdad consiste su labor, es en domesticar a los propios dueños. Los mismos que a veces olvidan que un perro es un perro y no un bebé o un hijo. Esos que llevan al perro a tal confusión mental que no les explican que ellos no pueden sentarse a comer en la mesa con nosotros; que no se pueden subir al sofá o a la cama; que para hacer pipí existen horarios y lugares específicos; que cuando se está de visita hay que comportarse. Esos que no logran entender que por mucho que se quiera al animal no deja de ser un animal.

Una batallita ejemplo: Hace muchos pero que muchos años, trabajé en una pastelería con el fin de pagarme los estudios y caprichos. Un buen día entró una señora de esas de postín. Uñas inmaculadas, labios perfilados, pelo muy cardado y abrigo de visón. "¿Qué desea?", le pregunté. "Una caja de bombones, pero que sean de los buenos eh", me dijo sin apenas mirarme a la cara. La señora hablaba con alguien a quien yo no veía. Cuando miré al suelo, vi un caniche peinado de peluquería, con todos los lazos puestos en su cabeza y abrigo de tela escocesa. Si no le enseñé diez cajas de bombones no le enseñé ninguna. Al final se decidió por la que estaba precisamente en la estantería más alta, así que fui a por una escalera y como pude alcancé la caja de bombones. El cliente siempre tiene la razón. Me hizo envolverla en papel de regalo y ponerle un lazo. Tanto trabajo para un final tan subrealista. "Mira chiquita, mira linda, mi cosita... mira lo que te ha comprado mamá por tu cumpleaños, ¿a qué te gusta? Mira qué lacito...", le susurraba a la perrita la señorona (siempre con voz melosa y cantarina). Acto seguido y antes de pagar, la señora tiró la caja al suelo para que su "chiquita" destrozará el lazo, el papel de regalo a mordisco y lograse, entre tanto papel, comerse los bombones delante de mis narices. En mi vida me he sentido tan... ¿mal?
Esto no supuso coger una animadversión hacia la raza canina t
an solo hacia algunos humanos que olvidan con facilidad el rol que nos corresponde a cada uno en esta vida. Pero una de cal y otra de arena. También pude comprobar, cuando tenía unos ocho años, que un perro puede despertar la conciencia solidaria entre los humanos. Un buen día llegó un perro color canela al barrio. Al igual que Rufo estaba perdido. No tenía collar ni nombre ni documentación. Estaba tan falta de cariño que enseguida respondió a las caricias de todos nosotros. Se convirtió en nuestra mascota. Todos los días le bajábamos comida y agua, le bañamos, le hicimos un collar y le pusimos un nombre, Golfo. Estuvo dos meses instalado en una caseta que le hicimos en los jardines de la plaza. Una mañana apareció una furgoneta blanca de la perrera. Alguien se había chivado, nosotros siempre pensamos que fue la Protestona, esa mujer que estaba enfadada con el mundo y que lo pagó con Golfo. En cuestión de minutos, como era verano, alguien dio la voz de alarma y bajamos todos a proteger a nuestra mascota. Lo bueno es que no sólo éramos niños los que estábamos rodeando a Golfo, también bajaron nuestras madres en delantal para suplicar a los de la perrera que no hicieran eso a los niños. Al fin y al cabo el perro no había mordido a nadie y cuidaba de sus hijos. Fue la primera vez que asistí a una manifestación solidaria y fue todo un éxito. Nuestra alegría duró sólo una semana más. Sin despedirse, Golfo desapareció dejando olvidado el hueso que le habíamos regalado entre todos. Hubo quien dijo que la Protestona, aprovechando la nocturnidad pegó al perro hasta que este se alejó de allí para no volver. La vida siempre tiene dos caras.

Las vueltas que da la vida y más las de un perro. Vida perruna dicen. Pero el viaje de Rufo ha sido bien distinto gracias a Evolución, una asociación por la defensa y los derechos de los animales. Desde Chiclana ha llegado a Madrid. Primero un mes en una casa de acogida en un pueblecito llamado Alarpardo, a las afueras de la capital, donde ha recibido las primeras caricias de su vida. Hasta allí fuimos a conocerle los que serán sus dueños, Inma e Hilario, y una servidora. Nada más abrir la puerta vino hacia nosotros y nos saludó. Por collar lucía un hippie-pañuelo. No ladró, sólo se acercó, sacó su lengua y nos lamió las piernas. Ahí nos ganó, lo reconozco. Nos miraba mientras escondía entre las patitas una pelota. Nos estaba invitando a jugar con él. Sacó toda su psicología perruna y nos engatusó (emperrunó sería mejor). Lo tuvimos claro, Rufo vendría con nosotros. Su viaje en busca de un hogar llegaba a su fin. Acercarnos a él no fue ningún problema. A las primeras caricias, se tumbó en el césped, se giró y pidió más cosquillas. No hacía ni siquiera intención de jugar a morder. Sólo lamía y lamía mi mano. Sus ojillos, escondidos entre tanto pelo, irradiaban chispitas de alegría. Nos dejó sin palabras. Cuando nos montamos en el coche, ninguno de los tres podía hablar de otra cosa que no fuera Rufo. Inma y yo queríamos habérnoslo llevado en ese momento. Hilario nos devolvió a la realidad: "Hasta que no nos den toda su documentación, imposible".

Y es que Rufo, antes de llegar a casa ha tenido que ser vacunado de todo y más, incluso le han castrado (algo que por lo visto es bastante normal en estos casos). Le han puesto un chip, le han arreglado los papeles, ya no es un indocumentado. Ahora es un perro legal. De hecho, Hilario e Inma han tenido que firmar un contrato de adopción por el cual se comprometen no sólo a cuidar debidamente de Rufo, sino también a no abandonarle, ni regalarle ni venderle. No son sus dueños ni señores, son sus padres adoptivos digamos. Para comprobar si son realmente responsables, en cualquier momento pueden recibir de un agente "perruno social" para comprobar que Rufo está en buenas manos.

Peor suerte han corrido otros paisanos suyos de Chiclana. Hoy precisamente el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), de la Guardia Civil ha detenido en Cádiz a una banda que traficaba con 24 perros. Resulta que en Italia las ayudas públicas para la manutención de estos animales es superior a la que se percibe en España. Una asociación, "Vita, zampa per la Spagna", que alega que en nuestro país somos unos bárbaros poco menos con los animales, compra perros abandonados en España para importarlos al suyo. A priori suena bastante bien, pero la realidad es que a estos 24 perros se los llevaban hacinados en una furgoneta, en condiciones infraperrunas (llevaban más de cuatro horas encerrados en el vehículo y les esperaba más de 22 horas de viaje) y sin documentación alguna, con destino a Milán. Por lo que me he podido enterar parece ser que en Italia hay un vacío legal y no se pueden sacrificar perros italianos para experimentos científicos, por eso los adquieren de cualquier manera fuera del país. Y precisamente por ese vacío legal resulta que los perros no tienen que presentar en aduanas ningún tipo de documentación. Nuestros perros gaditanos iban a ser utilizados como perrillos de indias para experimentos científicos y su destino final no sería otro que miles de enfermedades, sufrimientos y por fin la muerte. Menos mal que su objetivo, según dicen, es salvar a los animales.






Imágenes de Seprona en el momento de la retención de la furgoneta con los 24 perros.



Rufo está a salvo en casa. Lleva una semana en su nuevo y definitivo hogar. Bueno es muy bueno, pero está todo el día dando saltos de alegría. Sigue sin ser un perro muy ladrador, pero tiene querencia a callejear. Es abrir la puerta y salir disparado. Lógicamente un perro poligonero no está acostumbrado a reglas, ni a límites. El veterinario dice que se acostumbrará, que hay que darle tiempo. Ahora sus padres adoptivos tienen que esforzarse al máximo por hacerle entender que debe respetar algunas normas básicas. Por ejemplo, no puedes hacer pipí en la alfombra, al sofá te he dicho que no se puede subir y deja en paz a los pájaros. Los pájaros no se comen. El otro día Rufo, un tanto macarra andalusí, acorraló a un mirlo y no lo quería dejar escapar. Obviamente si yo fuera perro y perro abandonado, me habría buscado la comida de cualquier manera y si eso supone cazar pájaros, los hubiera cazado.

Yo también lo he adoptado en cierta manera. De toda la vida en casa ha habido perro, pero su perdida ha sido siempre demasiado dolorosa, por eso me dije nunca más. Por otro lado, me digo mira que me tengo prohibido encariñarme de perro alguno puesto que no lo puedo cuidar como es debido, pero ¿a quién no le gustaría tener un sobrino perro como Rufo?


Mañana viene a visitarme y se quedará una semana de vacaciones conmigo. Será una pequeña revolución en casa. Me temo que nuestra convivencia va a tener sus momentos de pequeñas broncas, pero también de muchas alegrías. Guau, guau. Siempre he notado que los perros, al menos con los que he convivido, tienen una capacidad innata para acercarse y regalarte un mimo justo cuando más lo necesitas. Que son capaces de amoldarse a tu ritmo mejor que tú al de ellos. Carecen de pudor y del sentido del ridículo por eso son los mejores a la hora de demostrar su cariño. Son leales, generosos y siempre con ganas de robarte una sonrisa. Guau, guau. Le llevaré al parque para que haga amiguitos y aprenda a jugar con otros perros, y cómo no, me agacharé cuantas veces sean necesarias para recoger las caquitas que vaya dejando en su caminar. Predicar con el ejemplo. Os contaré.


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7 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Goofy es un lobo, ¿por qué nadie se da cuenta? Lobo en inglés se dice wolf, está claro...
Jorge

12 de julio de 2011, 14:33  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Jajaajaajj pues si, pero yo creo que siempre lo hemos visto como un perro lobo, muy cercano e inofensivo. Vamos primos cercanos jajaja. Gracias

12 de julio de 2011, 15:00  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Pásatelo muy bien con Rufo esta semanita guapa. MUA

13 de julio de 2011, 0:32  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Pero que tiaaaaaaaaa mas guay tiene mi Rufo...

13 de julio de 2011, 1:02  
Anonymous Mar ha dicho...

Ok,me rindo Jorge, de acuerdo Goofy era un lobo, pero reconoce que tenía aspecto de perro. Tú tienes la razón venga va, ya sabes que la vista me falla. Mil gracias por corregirme

13 de julio de 2011, 6:54  
Anonymous Flora ha dicho...

Precioso lo que has escrito Mar, aunque se te ha olvidado incluir que los perros, nuestros compañeros desde que domesticamos al lobo, son también los héroes, tantas veces anónimos, que nos rescatan de terremotos, incendios y tantas calamidades naturales o provocadas por nosotros mismos. Y que, a menudo, dan la vida por nosotros y que, en todo caso, siempre nos esperan en casa sin reproches ni caras largas, sino dispuestos a arrancarnos una sonrisa y a hacernos más felices a pesar del mal humor que a veces gastemos y que quizá pagamos con ellos. O que, incluso, algunos nos siguen hasta el hospital o el cementerio esperando inútilmente nuestro regreso hasta que se los lleva la perrera municipal o mueren de inanición. Benditos sean los peludos de cuatro patas, nuestros verdaderos ángeles de la Guarda.
Felicidades a Rufo y al resto de la familia...

14 de julio de 2011, 3:50  
Anonymous partyinthebagpack.blogspot.com ha dicho...

Flora tienes toda la razón del mundo, no te creas que no era mi intención, pero me pongo a escribir y se me van escapando ideas sin querer. No obstante supongo que así tengo otra escusa para volver a escribir algún día sobre el tema. Un besazo. Mar

14 de julio de 2011, 8:27  

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