jueves, 13 de octubre de 2011

EL VIAJE MÁS BARATO: LA RISA

Es abrir La casa de los olores y las carcajadas brotan.

Pongo la tele, abro el periódico o conecto la radio y siempre es lo mismo en los tiempos que corren. Sube el paro, el déficit aumenta, los desahucios son diarios, la depresión y la ansiedad son un diagnóstico generalizado. Vivimos un momento en el que te da hasta miedo preguntarle a nadie ¿qué tal te va? Temes la respuesta. Stop. Me quiero bajar de este tren cargado de desesperanza y pérdida de ilusiones. Quiero huir, marcharme lejos y dar la espalda a la cruda realidad, pero me es imposible. Este mes tampoco me llega para comprarme un billete y desaparecer. Entonces me acuerdo de algo que me dijo un buen amigo: "Es cierto que los bostezos son contagiosos, pero nunca olvides que la risa también lo es y cotiza más en la vida".
Es cierto. La risa no cuesta nada, una buena carcajada al día es el mejor somnífero, como tratamiento de belleza no tiene precio y es la mejor inversión para el recuerdo. Tengo el privilegio de tener amigos que comparten este mismo mantra y cada vez que la vida golpea duro echan mano de una fórmula mágica para convocar a tan preciada diosa: la risoterapia.



Inma e Hilario nos abren las puertas de su casa. Su lema: "Sé tú mismo y no juzgues".



La primera regla para ser invitado es "Absténganse los amantes de la comida rápida y los abstemios. El agua para los peces".














Cuando comento a los no iniciados el efecto de una buena risoterapia me miran como si estuviera loca. La mayoría piensa que se trata de una terapia donde nos sentamos unos frente a otros y forzamos la carcajada, como si fuéramos cuatro locos que pertenecen a una secta rara. Pero nada que ver. Desde hace seis años nos reunimos al menos dos veces al año durante un fin de semana a tan sólo una hora de Madrid. La primera vez apenas nos conocíamos, el único nexo en común era Inma. Ella sabía que juntando a una serie de personas la magia iba a surgir de inmediato. Y así fue. Hoy en día no sólo compartimos estos momentos, sino también muchos otros no tan dichosos y sobre todo una buena amistad. No hace falta que nos veamos todos los días ni que nos contemos nuestras vidas con pelos y señales. Es mucho más simple. Se trata de saber que nos queremos, que nadie duda de nadie, que el repartir abrazos y achuchones cura el alma, que si necesitamos algo basta con silbar y vamos, y sobre todo de ir haciéndonos mayores al unísono. Da lo mismo diferencias de edad, de opinión o de creencias. Lo importante es simplemente "estar".

Dos veces al año, que suelen coincidir con el cambio de estación, primavera y otoño, ajustamos agendas (que no es tan fácil) y convocamos nuestra peculiar risoterapia. Es algo sagrado. Viernes tarde nos desviamos en el punto más erótico de la carretera de Burgos, Km 69, y nos reunimos en La casa de los olores. Nada más llegar empieza una espiral de besos, abrazos, piropos y buen rollo que no cesan hasta que nos tenemos que separar el domingo. ¿Demasiado ñoño o empalagoso? Todo lo contrario. Los mimos desestresan, desbloquean las emociones, despiertan a ese Peter Pan que seguimos llevando dentro, te alejan de las mentiras, de la hipocresia, de la envidia, te desarman y sacan lo mejor que llevamos dentro. Lo importante es ir predispuesto a compartir.

La buena música siempre de fondo. El viernes por la tarde todos ayudan como pueden en la cocina y nuestra Chef Inma va marcando cada paso. Hilario, el hombre del fuego, aviva la chimenea y nuestras gargantas con vinos y cerveza. La mujer de las muletas virtuales comienza alguna de sus típicas anécdotas que provocan las primeras risas. La niña de sus ojos no para quieta, ahora una foto, ahora un cigarrito, ahora un abrazo y de nuevo nos hace bailar con el último grupo que acaba de descubrir. Carolain termina viendo la luz y el subrealismo ya no cesa. Divain (tal cual suena) no para de decir: "jo maja, qué bien huele, qué rico está". Aguilera friega y friega, los demás rezamos para que no vuelva a romper una copa más. Las novatas intentan seguir el ritmo de Inma en la cocina, pero no les resulta tan fácil los movimientos envolventes de la cuchara. Yo empiezo a picotear, a querer comerme bizcochos recién sacados del horno. Una sintonía compuesta de risas y más risas, ruidos de cucharas y cuchillos, y cuyo paso lo marcan la felicidad de estar juntos.

Unas veces botillo, otras kuskús, otras patatas a la marinera, otras arroz al horno, parrillada de verduras o de carne, pastella... Todo ello acompañado de ensaladas, gambas a la gabardina, croquetas, quesos varios, los tigres, brochetas de gambas, la tarta flora, la pascualina, cangrejos pa chuperretearse los dedos, tomates verdes en conserva o berenjenas de producción propia, embutidos traídos desde masías perdidas de Catalunya, un cochifrito de aperitivo...
Y siempre regado bien con sidriña de la tierra de Hilario, vinos de esos que te hacen perder la cabeza, cava, cerveza, gin tonic con pepino y sin pepino, el típico cuba libre y tó lo que se preste. Pero nunca pueden faltar los bizcochos de todo tamaño y sabores, los hojaldritos de cabello de ángel, la panacota, tarta de manzana, tarta de queso (versiones varias),... En la mañana nada como levantarse y desayunar en el porche mirando hacia las montañas mientras te untas una tostada con las mermeladas de moras, fresas o naranjas echas por Inma. Como la fruta es algo indispensable, este año hemos pelado todos los perales del jardín porque sus peras eran toda una tentación. ¿O sólo es tentación morder la manzana?
No os equivocáis. Engordar, engordamos, pero de felicidad. Nadie puede sentirse triste ante una mesa llena de viandas tan ricas y echas con tanto amor, ni rodeado de gente que sabes te quiere bien. Tampoco hay prisas, entramos en un estado de éxtasis tal que el tiempo se detiene y parece que cunde más. No sólo cocinamos y comemos, también hay tiempo para hacer amigos en el pueblo (Goyo, Flora, Mari, El Perdi y su amigo, Chiquitín, El Sacris...); visitar los bares (fundamentalmente dos); ir en busca de caballos cuando bajan a beber al río o subir a los prados donde una vaca está a punto de parir; dormir la siesta si es preciso; bailar y bailar hasta la danza del vientre o jugar a las películas; pintarajearnos las caras como si fuéramos niños o ir a los columpios; mantener conversaciones que no tienen fin, y sobre todo, reír a mandíbula batiente. La conclusión es que si una desgracia o pena se cuenta entre risas se digiere mejor.



Las noches son interminables. El único hombre que resiste a tanto desvarío femenino, Hilario, es capaz de regalarnos un peculiar streep-tease para que no se nos olviden cómo son los hombres que tanto se niegan a venir a la risoterapia. Que haberlos los ha habido ojo: David, Pablo y el inolvidable Carlos El Cuerpazo. Y es que claro cuando terminan por entender que es un finde donde puede ocurrir cualquier cosa menos el conocido placer horizontal, prefieren hacer ellos también su noche de chicos y dejarnos solas.
Y así pasamos dos días inolvidables en La casa de los olores, aunque siempre nos saben a poco. Son una inyección de felicidad para soportar la monotonía gris que nos envuelve últimamente y para seguir cultivando la esperanza y la ilusión. Un viaje económico e inolvidable. Y si no mirad estas caras.